Por Ricardo Bustos
Para quienes no conocen la Provincia de Misiones, ya pueden ir imaginándola como un paraíso terrenal, con sus bellezas naturales, verde, muy verde, arroyos, ríos, saltos, cataratas buena gente y también de la otra, esa que siempre aparece detrás del árbol, como en todos lados.
Como una pequeña obra de teatro, esta escena verídica se registra a las 7 de una de las pocas mañanas frías que tiene la región en los cortos inviernos, frente a la Delegación de AFIP en una de las Ciudades mas importantes del interior provincial, punto de concentración regional de la economía y sede de las oficinas federales del Estado.
El tema es que no se por que motivo, sus oficinas abren a las 9 de la mañana, así que tuve tiempo de dar un poco de libertad a la «sin hueso» ya que por casualidad, antes que yo en la fila, se encontraba un hombre joven esperando también que comience la atención al público y ambos veníamos de lejos.
La pregunta de rigor fué mutua… ¿Usted de donde viene? y con la respuesta nos enteramos que ambos éramos casi vecinos de pueblos, habiendo recorrido mas de 100 kilómetros para hacer un trámite. Esto último para nosotros es normal en el interior de argentina, pero quizá sea de utilidad para aquellos que viven en los grandes centros de población y se quejan cuando tienen que tomar dos colectivos, mientras que aquí debemos levantarnos a las 4 de la mañana para estar mas o menos en hora y hacer la fila en las dependencias.
En mi caso, a las 6.30 ya había realizado otra gestión en ANSES que me quedaba a solo cuatro cuadras. En honor a la verdad, debo reconocer que en las dos oficinas federales la atención al público es excelente y eso no es poco en estos tiempos para mi que soy una persona de otras épocas.
La anécdota no está en los trámites sino en la conversación que mantuve con mi «casi vecino» porque había que llenar el espacio de tiempo que nos separaba hasta poder ingresar y aguardar para ser atendidos.
El hombre me comentaba que tiene 44 años y vive con su esposa y siete hijos, seis de los cuales van a la Escuela, están bien alimentados, no le falta su ropita nueva y el único que aún no cursa es el bebe.
El hijo mas grande acaba de finalizar quinto año de la secundaria y me cuenta el vecino que el último día de clases le preguntó al muchachito ¿que quería seguir estudiando?, recibiendo por respuesta que «lo iba a pensar porque quería tomarse un año para ver que podía seguir».
Ni lento ni perezoso, en su hogar donde el trabajo es palabra santa, su padre a la mañana siguiente, bien temprano lo despertó y después del desayuno lo llevó hacia su trabajo, en un gran camping que tiene cabañas y restaurante propio al cual dedica mas de 12 horas diarias ya que hace mantenimiento, mozo, albañilería o cualquier tarea que sus jefes le pidan y todo ello para poder llevar unos pesos mas a la casa.
Así las cosas, el joven comenzó a trabajar en la temporada de verano y se entusiasmó al ver que en el bolsillo siempre tenía algún dinero, fruto de su trabajo. En la actividad turística siempre existen variaciones de acuerdo a la época del año y fué así que al finalizar el verano, también terminó la extra del hijo de mi vecino.
Pasó apenas un día y al siguiente su padre lo volvió a despertar a las 6 de la mañana para preguntarle que pensaba hacer de su vida, pues si quería seguir estudiando ya era tiempo de decidir porque de lo contrario «no quiero vagos en casa» le dijo al joven. Nuevamente recibió como respuesta que lo iba a pensar y fué en ese instante, sin mediar palabra, que llamó a un amigo en un aserradero grande de la zona y al tener eco su solicitud, le avisó a su hijo que «mañana temprano a las 6 te presentas en el aserradero para comenzar a trabajar».
Dicho así, en este sainete que es Argentina, suena un poco como autoritario todo el relato del vecino mientras estábamos en la fila, pero lo insólito es que gracias a esa actitud del padre hacia sus hijos, en la casa no se cobra ningún plan social y el único ingreso económico es el dinero que se consigue con el trabajo y esfuerzo diario y la conducta ejemplar de un padre que no le ha dado tiempo a su hijo a penetrar en el oscuro mundo del ocio «remunerado», el mismo que en cualquier esquina se junta con otros «colegas» a drogarse o tomar hasta quedar descerebrados.
Recuerdo un día, cuando era niño y con la curiosidad que a todos en esa etapa de la vida nos caracteriza, planté un árbol en el «fondo» de casa, en el mismo lugar donde ya existían almácigos de lechuga, zanahoria, acelga, cebollitas de verdeo, ajo porro, perejil y mas atrás el gallinero, lugar al que todos los hermanos estábamos obligados a ver si en el nido, las gallinas habían puesto huevos porque eso era parte de nuestra buena alimentación.
La verdad es que el recuerdo de aquel arbolito, ha servido para reconocer una vez mas el valor que tenía y tiene para mi aún hoy, haber conocido el esfuerzo y dedicación desde la infancia motivados por los mayores a los que no puedo reprochar esa conducta.
Se dice que el «buen padre» templa el carácter del hijo llevándolo por el camino del deber y del trabajo, mientras el «padre bueno» llega a la vejez decepcionado y tardíamente arrepentido y el buen padre crece en años respetado, querido, y a la larga, comprendido.
Nadie puede juzgar a un padre porque solo la vida sabe en que circunstancias ha desarrollado su carácter frente a la familia, pero si sabemos y está demostrado que para tener buenos hijos no basta solo con ser un padre bueno que todo le da a sus hijos sin pedir nada a cambio para beneficio de ellos mismos.
Cuando nos despedimos con el vecino, mi trámite había finalizado y El seguía presentando sus papeles para aportar como monotributista, mientras que apenas a cuatro cuadras de distancia, desde las 4 de la mañana ya había una larga fila de gente joven, con sus celulares de $3000 pesos y sus motos nuevas frente a la ANSES para conseguir el «plan social».
Aunque cuesta creerlo, hay jóvenes y hombres que declaran no haber conseguido un trabajo en dos o tres años.
Paraguay, Uruguay, Brasil, Bolivia y Chile, no tienen ni el diez por ciento de los planes sociales de Argentina y como vemos, eso no nos hace ni mas poderosos ni mas prósperos.
La primera prueba que nos da el «futuro vago», es la resistencia para ir a la Escuela y enseguida con los años, la poca adicción a la cultura del trabajo.
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556